¡Feliz 2021!

 

Visualizo este tiempo como un Renacimiento, la encarnación de lo eterno donde lo Supremo se humaniza y nos impregna con una fuerza misteriosa que nos conecta con nuestra esencia más íntima. 

A pesar de las dificultades y cambios que supuso el año 2020, es necesario darnos la oportunidad de despertar al encuentro con nuestro ser, posando la mirada hacia adentro para descubrir nuestros dones, talentos y hacer uso de ellos para entregar un servicio de amor a los demás. 

Recuerdo un cuento que leí durante el confinamiento que dejaba una moraleja que me parece una premisa de vida muy importante a tenerla en cuenta para los buenos y malos momentos: “Esto también pasará…”. Enfrentando la vida con esta frase presente, todo lo bueno y malo que pueda acontecer lo recibiremos con los brazos y el corazón abiertos al aprendizaje que estas experiencias traen. 

Tendemos a querer que las cosas malas pasen lo más rápido posible y apegarnos a las cosas buenas para retenerlas el mayor tiempo posible. Toda experiencia, buena o mala encierra un aprendizaje que debemos abrazar con toda el alma para seguir adelante. 

 El 2020 lo transité como un año de mucha introspección y viaje interno. Fue una oportunidad de vivir el arte desde una experiencia más interna y de conexión con esa fuente creativa que habita en lo profundo del ser y que a veces se pierde cuando el trabajo creativo se enfoca mucho a satisfacer necesidades externas y muy superficiales, propias del ego. 

 La enseñanza más valiosa que me ha dejado este año que pasó, es la necesidad de proyectarse sincero a los demás así estemos en un mar de mentiras y ficciones. Ser uno mismo, auténtico en un mundo donde imperan las apariencias, es revolucionario y desafiante. Hacer arte que brota desde una actitud sincera, con desapego y entrega, es aquel que perdura y trasciende.

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